La distancia desde un punto hasta el presente.

La distancia de tu herida hasta hoy
como ondas en un río cuando tiras una piedra.
Me ha tocado la más próxima al palpitar mientras la sangre brota sin parar.
En aquel entonces necesitaste una toalla para presionar y cortar la hemorragia.
Esa me ha tocado a mi, pero algunos años después de hacértela.
Imagínate lo que duele
Imagínate lo que suscita
Imagínate lo podrida que está
Soy la sangre a borbotones de tu herida.
De una herida por un cuchillo que ni siquiera conozco, que ni siquiera he usado
Hoy, sabiendo lo que duele, si fuera mi corte te lo diría: ¡hey! Ten cuidado que vengo de haberme cortado mientras preparaba la cebolla de la ensalada porque estaba despistada, pensando en otras cosas que al final me hicieron llorar.
En aquel entonces, preferiste sumirte profundamente en tu acontecimiento, seguramente lleno de deseo y flujos en la cama, en soledad, en la individualidad de no compartirlo porque así se hacía pesado, cada vez más grande para hablarlo y entonces tener que mostrar las entrañas que ya se habrían apoderado del deseo y los flujos. Y luego, todo lo que significa limpiar esa herida, días de estar mal, sin dormir, justificando la infelicidad de la vida. Ya sabemos lo que es. Como has preferido quedarte con tus flujos y tus deseos mal gestionados, tu herida podrida de hace años me ha llegado a mí. Porque inevitablemente en aquel río me bañé un día de calor.
Me convierto en tu piel palpitando, la sangre goteando, e intentando convertirme en costra para que deje de doler, para que nos deje de doler, pero no por empatía, sino porque de lo contrario, moriré desangrada.